Posted by : Cristhian lunes, 17 de noviembre de 2014



Según las sectas en general, el bautismo que se administra en la Iglesia Católica no tiene ninguna validez, porque los niños no tienen fe ni tienen algún pecado; además no se hace por inmersión. Según algunos grupos, la misma fórmula trinitaria está equivocada. 

Naturalmente, se trata de pretextos y nada más, como en los demás aspectos de la fe. Lo que se pretende es acomplejar a los católicos impreparados para atraerlos hacia sus grupos. 

Para nosotros la respuesta es muy sencilla. Una vez aclarado que la Iglesia Católica es la única Iglesia que fundó Cristo y llegará hasta el fin del mundo, es imposible que esta Iglesia se haya equivocado desde un principio en un asunto de tanta importancia. ¿Acaso Dios habrá ocultado la verdad a su Iglesia durante tantos siglos, para después revelársela a unos grupos separados? Claro que no.
De todos modos, veamos todo con calma.
Adultos y niños 

He aquí algunos textos fundamentales:
Vayan por todo el mundo y prediquen la Buena Nueva a toda la creación. El que crea y se bautice, se salvará. El que no crea, se condenará (Mc 16,15-16)
Vayan y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos.
Bautícenlos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enséñenles a cumplir todo lo que yo les he encomendado
 (Mt 28,19-20).
El que no renace del agua y del Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios. Lo que nace de la carne es carne. Y lo que nace del Espíritu, es Espíritu (Jn 3,5-6).
En estos textos vemos una diferencia entre San Marcos, San Mateo y San Juan. San Marcos dice que primero hay que creer y después recibir el bautismo. San Mateo y San Juan hablan en una manera más general. San Mateo dice que hay que bautizar y después enseñar. San Juan dice que es necesario nacer dos veces para entrar en el Reino de Dios: la primera mediante la carne y la segunda mediante el Espíritu.
¿Por qué esta diferencia? Porque el Evangelio de San Marcos presenta la primera etapa del cristianismo, cuando se estaba empezando y naturalmente había que predicar primero y después bautizar a los que creían. No existía el problema de los hijos de los cristianos, porque todavía no había cristianos. Este Evangelio es el reflejo de la primera predicación, que encontramos en el Libro de los Hechos de los Apóstoles:
Conviértanse y háganse bautizar cada uno de ustedes
en el nombre de Jesucristo,
para que sus pecados sean perdonados
 (Hech 2,38).
Teniendo la obligación de predicar, los apóstoles tenían que empezar por los adultos. En efecto, no se puede predicar a los niños. Pero, una vez que se convertían los papás, ¿había que bautizar sólo a ellos, dejando sin bautismo a sus hijos? No. Había que bautizar a todos. En el mismo libro de los Hechos de los Apóstoles, que presenta la labor evangelizadora de éstos durante la primera etapa de cristianismo, encontramos algo que nos ayuda a comprender este problema.
Ellos le respondieron: «Ten fe en el Señor Jesús y te salvarás tú y tu familia». Y le anunciaron la Palabra del Señor y a todos los de su casa. Luego el carcelero, llevándolo consigo, les lavó las heridas, e inmediatamente se hizo bautizar él con toda su familia (Hech 16,31-33).
Ella y los de su familia recibieron el bautismo (Hech 16,15).
Aquí no se dice que se bautizaron sólo los adultos. Se bautizaron todos los miembros de la familia, sin ninguna excepción. Hay que recordar que por familia se entendían los papás, los hijos, los servidores y los esclavos, con sus respectivos hijos.
Por esta razón vemos que en San Mateo y San Juan no se dice que hay que escuchar la predicación primero y después recibir el bautismo. En San Mateo vemos que hay que bautizar e instruir, en San Juan que es necesario nacer dos veces: mediante la carne y mediante el Espíritu, sin hacer distinción de niños o adultos.
Pecado original 

Cuando Adán y Eva, nuestros primeros padres, pecaron, perdieron la amistad de Dios, que tenían que comunicar a sus descendientes. Este pecado se llama «original» y se transmite a todos como herencia.
En el pecado me concibió mi madre (Sal 51,5 o 51,7).
Un solo hombre desobedeció y todos llegaron a ser pecadores (Rom 5,19).
Pues bien, mediante el bautismo se borra esta mancha de pecado. Si uno es adulto, se le borran todos los pecados: original y actuales; si uno es niño, se le borra solamente el pecado original.
Espíritu Santo 

Aparte de quitar el pecado original, el bautismo da el Espíritu Santo. De otra manera Jesús no hubiera recibido el bautismo, puesto que no tenía ningún pecado. Por lo tanto, el bautismo sirve también para los niños porque les da el Espíritu Santo.
Pues yo los bauticé con agua
pero él los bautizará
en el Espíritu Santo
 (Mc 1,8).
Cuando salió del agua, los Cielos se rasgaron para él
y vio al Espíritu Santo que bajaba sobre él,
como paloma
 (Mc 1,10).
Ingreso en la Iglesia 

Además, el bautismo sirve también como puerta para entrar en la Iglesia, el nuevo pueblo de Dios. De otra manera, ¿por qué San Pedro ordenó que se bautizara Cornelio con su familia, si ya había recibido el Espíritu Santo y por lo mismo ya sus pecados habían quedado perdonados? Mediante el bautismo, entraron a formar parte de la Iglesia.
Entonces Pedro tomó la palabra y dijo: «¿Quién podría negar el agua del bautismo a quienes han recibido el Espíritu Santo, igual que nosotros?». Y mandó bautizarlos en el nombre de Jesucristo (Hech 10,47-48).
Otro punto importante: si la Iglesia es el Nuevo Pueblo de Dios, tendrá de todo: grandes y pequeños. No importa si estos entienden o no. Por eso se bautiza a los niños, para que también ellos puedan formar parte de la Iglesia, el Nuevo Pueblo de Dios.
Lo mismo sucedía en el Antiguo Testamento. ¿Cómo un individuo entraba a formar parte del Antiguo Pueblo de Israel? Mediante la circuncisión. Y esta se realizaba a los ocho días de haber nacido (Gen 17,2), como hicieron con el mismo Jesús (Lc 2,21).
Así que no tiene ningún sentido lo que dicen los miembros de algunas sectas: «El bautismo de los niños no vale, porque los niños no entienden». Todo lo que se hace a los niños vale. Vale la medicina que se les da, el idioma que se les enseña y la vida de Dios que se les comunica mediante el bautismo.
¿Bautismo en el río? 

El verdadero bautismo es en el Espíritu Santo.
Yo los bautizo con agua,
pero él los bautizará en el Espíritu Santo
 (Mc 1, .
El mismo Jesús fue bautizado en el Espíritu Santo, fuera del agua.
Al salir del agua, Jesús tuvo esta visión:
los cielos se rasgaban y el Espíritu Santo
bajaba sobre él como paloma
 (Mc 1,10).
La paloma, el agua o el fuego son símbolos del Espíritu Santo. Los mismos apóstoles fueron bautizados el día de Pentecostés en el Cenáculo, sin la presencia del agua. El Espíritu Santo fue simbolizado por el fuego (Hech 2,1-4). 

Así que están equivocados los que dicen que el bautismo tiene que ser administrado en un río. De hecho el día de Pentecostés fueron bautizadas 3000 personas en Jerusalén, y sabemos que en Jerusalén no hay ningún río (Hech 2,41). También podemos recordar el bautismo del eunuco de la reina de Etiopía, que se realizó en un lugar donde no había río, sino algo como charco o pozo (Hech 8,36-38). Igualmente en el caso de Cornelio (Hech 10,47-48) y del carcelero (Hech 16,33). 

Lo importante es bautizar. La manera práctica de realizar el bautismo depende del tiempo y del lugar. La misma Biblia presenta distintas maneras de bautizar y el Derecho Canónico las confirma: «El bautismo se ha de administrar por inmersión o infusión, de acuerdo con las normas de la Conferencia Episcopal» (c. 854).
Fórmula del bautismo

Antes que nada, es importante entender qué quiere decir bautizar alguien «en el nombre de». Quiere decir hacerlo renacer a una vida nueva «injertándolo en». Pues bien, al principio se quiso subrayar el papel central de Cristo en la obra de la salvación. Por eso se bautizaba en su nombre. Pero, poco a poco se fue descubriendo el papel más amplio de toda la Trinidad con relación a esta obra. Y se llegó a la «fórmula trinitaria»:
Vayan y hagan discípulos a todas las gentes,
bautizándolas en el nombre del Padre
y del Hijo y del Espíritu Santo
 (Mt 28, 19).
En realidad, las expresiones que encontramos antes, no son verdaderas «fórmulas bautismales», puesto que varían una de otra. Aquí están:
• Hech 2, 38: En el nombre de Jesucristo.
• Hech 8, 16: En el nombre de Jesús.
• Hech 10, 48: En el nombre del Señor Jesús.
• Hech 19, 5: En el nombre del Señor Jesús.
Posiblemente al principio se bautizaba sin pronunciar ninguna palabra. Los mismos apóstoles, el día de Pentecostés, fueron bautizados con el símbolo del fuego y sin que se pronunciaran ninguna palabra. Probablemente lo mismo sucedió con las tres mil personas que fueron bautizadas por los apóstoles el mismo día (Hech 2, 41) y con el eunuco bautizado por Felipe (Hech 8, 38). 

Poco a poco se fueron añadiendo algunas palabras al rito exterior, hasta llegar a la fórmula definitiva, que encontramos en Mt 28, 19. Y todo esto bajo la guía del Espíritu Santo, siempre presente y activo en la Iglesia. Pues bien, ¿qué hay de reprochable en todo esto? Es el desarrollo normal de cualquier organización o ser viviente. 

Algunos grupos cristianos, desde principios del siglo pasado, empezaron a bautizar «en el nombre de Jesucristo», aduciendo como razón el hecho que se trata de una fórmula más antigua. No me parece un argumento válido. ¿Qué sucedería si en su congregación alguien no aceptara una norma actual por obedecer a otra más antigua? Y con relación a nuestro desarrollo personal, ¿qué sería de nosotros si quisiéramos pensar y actuar como cuando éramos niños? Entonces, la vida ideal sería la vida intrauterina. 

Lo mismo pasa con relación a la fórmula del bautismo y a tantos otros aspectos de la vida de la Iglesia. Lo que importa saber es que Cristo fundó una Iglesia con la misión de llevar adelante su obra. Esta Iglesia, asistida por el Espíritu Santo, como podemos comprobar en el libro de los Hechos de los Apóstoles, poco a poco se fue estructurando y organizando para llevar adelante su misión. 

En el caso concreto del bautismo, además, se trata de un proceso aprobado y sancionado mediante un texto claro, presente en un libro canónico. ¿Qué más quieren? ¿O se sienten superiores a la Iglesia fundada por Cristo, que a lo largo de casi veinte siglos utilizó la fórmula trinitaria, o al mismo San Mateo, que la vio bien y la reportó en su Evangelio? ¿Por qué no utilizan el mismo principio con relación a la Biblia, queriendo vivir como en los tiempos más antiguos, cuando aún no estaba puesta por escrito? 

Por otro lado, algunos grupos, que rechazan la fórmula trinitaria, de plano ni creen en la Trinidad. En este caso, ¿para qué discutir tanto? Se trataría de puras palabras y nada más, puesto que para ellos el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo constituyen una misma persona con distintos nombres. A este propósito, véase «Sólo Jesús» .
Padrinos 

Con el afán de buscar siempre más pretextos para atacar a la Iglesia, hay gente que dice: «¿Dónde la Biblia habla de «padrinos»? ¿Qué significa «padrino»? ¿Por qué los católicos usan «padrinos» en el Bautismo?» 

He aquí una breve respuesta al respecto. Padrino quiere decir «Segundo Padre». Los padrinos se toman el compromiso de ayudar a los papás en la educación cristiana de los ahijados. Faltando los padres, intervienen los padrinos. Pues bien, ¿Qué hay de reprochable en todo esto? ¿Acaso hay que hacer todo y sólo lo que está escrito en la Biblia? 

Una vez más: Jesús ordenó bautizar. Según los lugares y los tiempos, se establecen las modalidades concretas para realizar el bautismo: en el río, en una alberca, echando un poco de agua sobre la cabeza, con padrinos, pastores o maestros, etc.
Testimonio de la Tradición 

Respecto al bautismo de los niños, así escribía S. Ireneo (140-205):
«Jesucristo vino a salvar a todos los que por su medio nacen de nuevo para Dios: infantes, niños, adolescentes, jóvenes y viejos» (Contra los Herejes, libro 2, Capítulo 22).
Orígenes (180-255) afirmaba que el bautismo de los niños fue instituido por los apóstoles (Carta a los Romanos, libro 5, Cáp. 9).
El Concilio de Cartago del año 253 ordenó que se bautizaran los recién nacidos lo antes posible.
Con relación a la manera de administrar el bautismo, la Didajé o Enseñanza de los Doce Apóstoles, que se escribió contemporáneamente al Nuevo Testamento (año 70-100 después de Jesucristo), dice:
«Bauticen en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo, en agua viva. Si no tienes agua viva, bautiza con otra agua. Si no puedes hacerlo con agua fría, hazlo con agua tibia. Derrama tres veces agua sobre la cabeza en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo» capítulo 7

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