Posted by : Cristhian lunes, 27 de octubre de 2014



Una de las más vivas tradiciones de la Iglesia en sus primeros años era la devoción a los ángeles guardianes. Sin embargo, esto es algo que muchos dejamos pasar por alto, o mejor dicho: indebidamente no le damos la importancia que tenía anteriormente. El relato casi dramático del libro de los Hechos de los Apóstoles está marcado por la acción de los ángeles. Los ángeles liberaron a los apóstoles de la prisión (Hch 5, 19; 12, 7). Un ángel guía a Felipe desde Jerusalén a Gaza para su encuentro que cambiaría la vida del etíope (Hch 8, 26). Los ángeles favorecen el encuentro entre Pedro y Cornelio (10, 3-5). Lo más notable es el episodio en que Pedro llega a la casa de unos creyentes y éstos no creen que sea él sino su ángel (12, 15).

La historia de la Iglesia avanza guiada, protegida y asistida por los ángeles. Aunque muchas veces no nos demos cuenta, también sucede lo mismo en nuestras vidas. Los primeros cristianos conocían esta realidad. Por eso es que fácilmente confundieron a un hombre con su ángel, no creyeron que fuese Pedro ese que estaba ahí, sino el ángel de Pedro. Ya que Pedro estaba preso, ellos naturalmente estaban sorprendidos de verlo golpear la puerta de esa casa, pero no estaban así sorprendidos de ver al “ángel de Pedro”.

Uno necesita tener esa fe y esa conciencia viva de que existen los ángeles guardianes para expresarse de la forma que hicieron estos hermanos de la primera comunidad cristiana. Dios nos ha dado, a cada uno, la misma guía celestial, la misma protección y asistencia. No podemos decir que “los ángeles son cosa del pasado” o que “ahora ya no existen los ángeles” o que “seguramente antes la gente creía en ángeles pero ahora ya nadie cree porque estamos en otros tiempos”, y mucho menos podemos decir que “en los primeros siglos del cristianismo no se creía en ángeles pero ahora sí porque la Iglesia los ha inventado después de Constantino”. Nada de eso es cierto y mucho menos lo de que la Iglesia inventa cosas, como si en la fe hubiese necesidad de inventar cosas.

La devoción a los ángeles no apareció como algo nuevo con la proclamación del Evangelio. Siempre ha sido una realidad en la religión y en las Escrituras. Los ángeles aparecen en la Biblia, de principio a fin, del Génesis al Apocalipsis. Son personajes claves en el relato del Jardín del Edén. Ellos aparecen frecuentemente: Ellos van caminando con los Israelitas en el éxodo. Ellos llevan la palabra de Dios a los profetas. Los profetas mismos revelan que hasta las naciones tienen ángeles guardianes. En el libro de Tobías podemos ver como un ángel guió a un joven para recuperar la fortuna de su familia, descubrir una cura para la ceguera de su padre, y encontrar una esposa hermosa y virtuosa.

El Nuevo Testamento empieza con una explosión de actividad angelical. Ni José ni María se sorprendieron al recibir la visita y la ayuda de los ángeles.

Pero,, ¿qué exactamente son los ángeles? La palabra “ángel” viene del griego angelos, que se utiliza para traducir la palabra hebrea malakh. En esos idiomas, la palabra ángel se refiere literalmente a “mensajero”, un mensajero de Dios. En la gran tradición la palabra ángel ha venido a ser aplicada a todo ser incorpóreo y puramente espiritual creado por Dios. Algunos de ellos fueron creados y destinados a la adoración ante el trono de Dios. A otros, Él dio el poder de gobernar sobre los poderes naturales del universo. Algunos son mensajeros. En la Biblia, a veces aparecen en forma humana o hasta en alguna forma que simbólicamente dé miedo, con muchos ojos (representando su conocimiento prodigioso) o gigantescos (representando su fuerza superhumana).

Tanto los judíos como los cristianos del mundo antiguo mantenían una saludable conciencia de la presencia de los ángeles especialmente en sus rituales religiosos. Es interesante notar, que uno de los libros más populares en la comunidad que preservó los Rollos del mar Muerto era un manual de adoración llamado “La liturgia angelical”.

Aún hoy, cuando vamos a Misa, la congregación nunca es pequeña, aunque veamos pocas personas en el lugar. Los ángeles están ahí, y esto se hace evidente en las palabras de la Misa (Prefacio Misa Tradicional): “…En verdad es digno y justo, equitativo y saludable que en todo tiempo y lugar te demos gracias, Señor santo, Padre omnipotente, Dios eterno, por Cristo nuestro Señor. Por quien los Ángeles alaban a tu majestad, las Dominaciones la adoran, tiemblan las Potestades, los Cielos y las Virtudes de los cielos, y los bienaventurados Serafines las celebran con igual júbilo. Te rogamos que con sus alabanzas recibas también las nuestras cuando te decimos con humilde confesión: Santo, Santo, Santo es el Señor, Dios de las fuerzas celestiales; llenos están los cielos y la tierra de su gloria…” ¡La Misa misma nos llama intensamente a creer y estar conscientes de la presencia de los ángeles allí mismo con nosotros!

Debemos claramente ser atentos con nuestros ángeles guardianes, ya que ellos son asignados específicamente a nuestro cuidado.

La devoción a los ángeles muchas veces es motivo de risas para los racionalistas, aún así muchos compran tarjetas con dibujos de “niños angelicales” para enviar a sus seres queridos. Hasta los incrédulos creen en la existencia de seres divinos que guían al hombre, algunos filósofos dicen que no podría concebirse el cosmos sin estos seres divinos. El filósofo liberal Isaiah Berlin estaba obsesionado con la necesidad de ángeles. El filósofo Mortimer Adler se auto-describía como “pagano” pero aún así concluyó que los ángeles son parte de la creación misma del universo.

Si pudiéramos ver las cosas como son, y no solamente como las vemos; no podríamos concebir nuestra existencia ni la del universo sin el entendimiento de la existencia de los ángeles. Así como por la fe que recibimos de los apóstoles por medio de la Iglesia vemos y comprendemos lo que realmente son los sacramentos; muchos otros, por una fe incompleta o inmadura no pueden comprender ni ver estos misterios divinos.

Desde que nacemos, tenemos un ángel guardián. Jesús dijo: “Guardaos de menospreciar a uno de estos pequeños; porque yo os digo que sus ángeles, en los cielos, ven continuamente el rostro de mi Padre que está en los cielos” (Mt 18, 10).

Dios nos da estos guías para que tengamos ayuda celestial en nuestro camino al cielo. Nuestros ángeles guardianes quieren ayudarnos a cooperar con la voluntad de Dios, con su obra divina, y quieren mantenernos lejos del pecado. Ellos quieren ayudarnos a ayudar a otros – y quieren evitar que dañemos a otros. A lo largo del camino, claro, nos pueden ayudar a caminar con seguridad a través del angosto puente, pero solo si nosotros les permitimos su ayuda. Ellos conocen la voluntad de Dios para con cada uno de nosotros, y saben lo que es mejor para nosotros, aunque muchas veces a nosotros no nos parezca agradable y no sea de nuestro gusto. Lo difícil en la fe cristiana es comprender que lo que es mejor para nosotros no necesariamente significa “más comodidad, más riqueza, más prosperidad, etc…”. Muchos se pierden buscando a un Cristo que le dé todas estas cosas. Algo que está muy de moda ahora es el “evangelio de la prosperidad” promovido por los tele-evangelistas en su gran mayoría o pastores y misioneros de comunidades cristianas separadas.

La verdadera fe cristiana no nos asegura bienes materiales ni bienestar terrenal, sino más bien nos incentiva a llegar a la santidad, ser agradable en espíritu ante los ojos del Padre que nos espera en la vida futura. A veces, lo que nos toca es sufrir, debemos aceptarlo con humildad y mucha oración para no desfallecer. Si Dios nos envía sufrimiento, es simplemente para que nos acerquemos más a El, es allí que nuestros ángeles guardianes pueden cumplir un papel importantísimo si nosotros les abrimos la puerta en nuestras vidas.

Nuestros ángeles guardianes a veces hacen cosas para ganarse nuestra confianza, pues ellos están asignados a nosotros para que caminemos en santidad. Entonces, ellos sin dudar nos pueden ayudar si nosotros les pedimos. Los ángeles siguen fielmente el padrón de gobierno de Dios: a veces nos dan lo que queremos para que aprendamos a pedir lo que necesitamos.

Siempre recuerden: somos hijos de Dios ahora. Nadie invierte tanto en sus hijos como nuestro Padre del cielo. ¿Por qué invierte tanto en nosotros creando seres puros y espirituales para cuidarnos?

Porque nos ama, claro, y porque nos llama a todos a la santidad: un estado que significa mucho más que “ser bueno”. Sí, nos llama a ser santos, no a ser prósperos y millonarios. Ser santo es ser apartado para un propósito divino, ser dedicado y entregado enteramente a Dios. Eso no significa que exclusivamente debamos vivir en un convento , sino que cada uno viva su vida según la voluntad de Dios. Dios hizo el Jardín del Edén y lo puso en un lugar santo, y colocó ángeles para que lo cuiden y lo mantengan puro (Gn 3, 24). Cuando El comisionó el tabernáculo y posteriormente el Templo de Jerusalén, El quería que estos lugares fueses sus santuarios, y colocó ángeles para su cuidado (Ex 25, 18; 1 Re 8, 6-7).

No somos una simple colección de moléculas de carbono, hidrógeno y oxígeno, sino templos del Espíritu Santo (1 Cor 3, 16; 6, 19). Nuestros ángeles, así como aquellos querubines del Jardín del Edén, están asignados la misión del cuidado del templo de Dios y mantenerlo puro y limpio para la presencia de Dios.

Haríamos bien en rezar cada noche esta sencilla oración:

Angel de mi guarda,
dulce compañía,
no me desampares
ni de noche ni de día
hasta llevarme a los brazos
de Jesús, José y María.

También debemos conocer la protección del Arcángel San Miguel. Él aparece en las Escrituras como el ángel especial del pueblo de Dios en el Antiguo Testamento (Dan 12, 1) y en el Nuevo Testamento (Ap 12, 7). La Iglesia siempre ha reconocido que San Miguel tiene un rol fundamental en el combate espiritual. El es invocado como un guerrero contra el demonio y todos sus ángeles rebeldes. La oración a San Miguel es especialmente poderosa cuando necesitamos librarnos de la tentación y del mal. Por muchos años esta tradicional “oración a San Miguel” fue recitada al final de la Misa. Muchos, muchos católicos la mantienen como parte regular de sus devociones. Todos deberíamos rezarla diario.

San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla. Sé nuestro amparo contra la perversidad y asechanzas del demonio. Reprímale Dios, pedimos suplicantes, y tú Príncipe de la milicia celestial, arroja al infierno con el divino poder a Satanás y a los demás espíritus malignos que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. 
Amén.


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