Posted by : Cristhian martes, 25 de noviembre de 2014

    


Quien lee la Biblia sin estar prevenido, se encuentra con un gran problema ya en la primera página: al comenzar el libro del Génesis no sólo halla dos veces la narración de la creación del mundo, sino que además de manera tan discrepante, que no puede menos que quedar perplejo.

En efecto, Gn 1 cuenta el relato tantas veces oído cuando niños en el catecismo, según el cual al principio de los tiempos todo era caótico y vacío, hasta que Dios resolvió poner orden en esa confusión. Antes de ponerse a trabajar, al igual que cualquier operario, lo primero que hizo fue encender la luz (1, 3). Por eso en el primer día de la creación nacieron las mañanas y las noches.


Luego decidió ubicar un techo en la parte superior de la tierra para que las aguas del cielo no la inundaran. Y creó el firmamento. Cuando vio que el suelo era una sola mezcla barrosa, secó una porción y dejó la otra mojada, con lo cual aparecieron los mares y la tierra firme.

Sucesivamente con su palabra poderosa fue adornando los distintos estratos de esta obra arquitectónica con estrellas, sol, luna, plantas, aves, peces y reptiles. Y por último, como coronación de todo, formó al hombre, lo mejor de su creación, al que moldeó a su imagen y semejanza. Entonces decidió descansar. Había creado a alguien que podía continuar su tarea.

Ésta le había llevado 6 días. Y todo lo había hecho bien.

Pero cuando pasamos al capítulo 2 de Génesis viene el asombro. Parece como si nada de lo anterior hubiera ocurrido. Estamos otra vez en un vacío total, donde no hay plantas, ni agua, ni hombres (2, 5).

Dios, nuevamente en escena, se pone a trabajar. Pero es un Dios muy distinto al de relato anterior. En lugar de ser solemne y majestuoso ahora adquiere rasgos mucho más humanos. Vuelve a crear al hombre, pero esta vez no desde la distancia y con el simple mandato de su palabra, casi sin contaminarse, sino que lo modela con polvo del suelo, sopla sobre su nariz, y de este modo le da la vida (2, 7).

Se detalla luego, por segunda vez, la formación de plantas, árboles y animales. Y para crear a la mujer emplea ahora un método diferente. Hace dormir al hombre, le extrae una costilla, rellena con carne el hueco restante, y moldea así a Eva. Entonces se la presenta y se la da por compañera ideal para siempre.

Llegado a este punto uno se pregunta: ¿por qué si en Génesis 1 tenemos ya el mundo terminado, en Génesis 2 hay que crearlo de nuevo? Es que acaso hubo dos creaciones en el origen de los tiempos?

Pero el problema no es sólo éste. Si comenzamos a hacer una minuciosa comparación entre ambos capítulos encontramos una larga lista de discrepancias que dejan al lector pasmado.

De entrada llama la atención la diferente manera de referirse a Dios en ambos textos. Mientras Gn 1 lo designa con el nombre hebreo de Elohim (= Dios), en Gn 2 se lo llama Yahvé Dios.

El Dios de Gn 2 es descrito con apariencias más humanas, de un modo más primitivo. Él no crea sino que "hace" las cosas. Sus obras no vienen de la nada sino que las fabrica sobre una tierra vacía y árida. El Dios de Gn 1, en cambio, es trascendente y lejano. No entra en contacto con la creación, sino que desde lejos la hace surgir, como si todo lo creara de la nada. 

De esta manera, mientras Dios en Gn 1 aparece en toda su grandiosidad, majestuoso, donde al sonido de su voz van brotando una a una las criaturas del universo, en Gn 2 Dios es mucho más sencillo. Como si fuera un alfarero, moldea y forma al hombre (v. 7). Como un agricultor, siembra y planta los árboles del paraíso (v. 8). Como un cirujano, opera al hombre para extraer a la mujer (v. 21). Como un sastre, confecciona los primeros vestidos a la pareja porque estaban desnudos (3, 21).

Mientras en Gn 1 Dios crea el mundo en 6 días y luego en el 7° descansa, en Gn 2 sólo le lleva un día todo el trabajo de la creación.

En Gn 2 Yahvé crea únicamente al varón, y al caer en la cuenta de que está solo y de que necesita una compañera adecuada, después de probar darle los animales por compañeros, le ofrecerá la mujer. En cambio en Gn 1 Dios desde un principio hizo existir al hombre y a la mujer simultáneamente, en pareja,

Mientras en Gn 1 los seres van surgiendo en orden progresivo de menor a mayor, es decir, primero las plantas, luego los animales, y finalmente los seres humanos, en Gn 2 lo primero en crearse es el hombre (v. 7), más tarde las plantas (v. 9), los animales
(v. 19), y finalmente la mujer (v. 22).

La visión del cosmos de Gn 1 es "acuática". Sostiene que al principio no había más que una masa informe de aguas primordiales, y la tierra al ser creada será un islote en medio de esas aguas. En cambio la cosmología de Gn 2 es "terrestre". Antes de que se creara el mundo todo era un inmenso desierto de tierra seca y estéril (v. 5), pues no había nada de lluvia. Al ser creada, la tierra será un oasis en medio del desierto.

Haciendo esta lectura comparativa, nos damos la sorpresa de que la Biblia incluye una doble y discrepante narración de la creación.

Tratando de resolver el enigma 

Los estudiosos llegaron a la conclusión de que no pudieron haber sido escritas por la misma persona, y piensan más bien que pertenecen a autores diversos y de distintas épocas. Como sus nombres no llegaron hasta nosotros, ni podremos saberlos nunca, llamaron al primero "sacerdotal", porque lo atribuyeron a un grupo de sacerdotes judíos del siglo VI a.C. Y al segundo autor, ubicado en el siglo X a.C, "yahvista", porque prefiere llamar a Dios con el nombre propio de Yahvé.

¿Cómo se escribieron dos relatos opuestos? ¿Por qué terminaron incluidos ambos en la Biblia?

El primero que se compuso fue Gn 2, aunque en la Biblia aparezca en segundo lugar. Por eso tiene un sabor tan primitivo, espontáneo, vívido. Durante muchos siglos fue el único relato con el que contaba el pueblo de Israel sobre el origen del mundo.

Fue escrito en el siglo X a.C., durante la época del rey Salomón, y su autor era un excelente catequista que sabía poner al alcance del pueblo en forma gráfica las más altas ideas religiosas.

Con un estilo pintoresco e infantil, pero de una profunda observación de la psicología humana, cuenta la formación del mundo, del hombre y de la mujer como una parábola oriental llena de ingenuidad y frescura.

Los aportes vecinos

Para ello se valió de antiguos relatos sacados de los pueblos vecinos. En efecto, las antiguas civilizaciones asiría, babilónico y egipcia habían compuesto sus propias narraciones sobre el principio del cosmos, que hoy podemos conocer gracias a las excavaciones arqueológicas realizadas en Medio Oriente. Y resulta sorprendente la similitud entre estos relatos y el de la Biblia. 

Todos dependen de una concepción cosmológica de un universo formado por tres planos superpuestos: los cielos con las aguas superiores; la tierra con el hombre y los animales; y el mar con los peces y las profundidades de la tierra.

El yahvista recogió estas tradiciones populares y concepciones científicas de su tiempo, y las utilizó para insertar un mensaje religioso, que era lo único que le interesaba.

La gran decepción

Cuatro siglos después de haberse compuesto este relato, una catástrofe vino a alterar la vida y la fe del pueblo judío. Corría el año 587 a.C. y el ejército babilónico al mando de Nabucodonosor, que estaba en guerra con Israel, tomó Jerusalén y se llevó cautivo al pueblo.

Y allá en Babilonia fue la gran sorpresa. Los primeros cautivos comenzaron a arribar a aquella capital y se dieron con una ciudad espléndida, con enormes edificios, magníficos palacios, torres de varios pisos, acueductos grandiosos, jardines colgantes, fortificaciones, y lujosos templos.

Ellos, que se sentían orgullosos de ser la nación bendecida y engrandecido por Yahvé en Judea, no habían resultado ser sino un modesto pueblo de escasos recursos frente a Babilonia.

El templo de Jerusalén, edificado a todo lujo por el gran rey Salomón, y gloria de Yahvé que lo había elegido por morada, no constituía sino un pálido reflejo del impresionante complejo cultual del dios Marduk, de la diosa Sin y de su consorte Ningal.

Jerusalén, orgullo nacional, por quien suspiraba todo israelita, era una ciudad apenas considerable en comparación con Babilonia y sus murallas, mientras su rey, ungido de Yahvé, nada podía hacer frente al poderoso monarca Nabucodonosor, brazo derecho del dios Marduk.

La situación no podía ser más decepcionante. Los babilonios habían logrado un desarrollo mucho mayor que los israelitas. ¿Para qué habían rezado tanto a Yahvé durante siglos y se habían abandonado confiados en él, si el dios de Babilonia era capaz de dar más poderío, esplendor y riqueza a sus devotos?

Aquella catástrofe, pues, representó para los hebreos una gran desilusión. Pareció el fin de toda esperanza en un Mesías, y lo vano de las promesas de Dios en sostener a Israel y transformarlo en el pueblo más poderoso de la tierra.

¿Tal vez el Dios de los hebreos era más débil que el dios de los babilonios? ¿No sería ya hora de adoptar la creencia en un dios que fuera superior a Yahvé, que protegiera con más eficacia a sus súbditos y le otorgara mejores favores que los magros beneficios obtenidos suplicándole al Dios de Israel?

Se desmoronaron, entonces, las ilusiones en el Dios que parecía no haber podido cumplir sus promesas, y el pueblo en crisis comenzó a pasarse en masa a la nueva religión de los conquistadores, con la esperanza de que un dios de tal envergadura mejorara su suerte y su futuro.

Ante esta situación que vivía el decaído pueblo judío durante el cautiverio babilónico, un grupo de sacerdotes, también cautivo, comienza a tomar conciencia de este abatimiento de la gente y reacciona. Era necesario volver a catequizar al pueblo.

La religión babilónico que estaba deslumbrando a los hebreos era dualista, es decir, admitía dos dioses en el origen del mundo: uno bueno, encargado de engendrar todo lo bello y positivo que el hombre observaba en la creación; y otro malo, creador del mal y responsable de las imperfecciones y desgracias de este mundo y del hombre.

Además, allí en la Mesopotamia pululaban las divinidades menores a las que se le rendían culto: el sol, la luna, las estrellas, el mar, la tierra.

Israel en el exilio empezó también a perder progresivamente sus prácticas religiosas, especialmente la observancia del reposo del sábado, su característico recuerdo de la liberación de Yahvé de Egipto.

Nace un capítulo

Aquellos sacerdotes comprendieron que el viejo relato de la creación que tanto conocía la gente (= Gn 2) estaba superado. Había perdido fuerza. Era necesario escribir uno nuevo donde se pudiera presentar una vigorosa idea del Dios de Israel, poderoso, que destellara supremacía, excelso entre sus criaturas. Comienza así a gestarse Gn 1.

Por eso, lo primero que llama la atención en este nuevo relato es la minuciosa descripción de la creación de cada ser del universo (plantas, animales, aguas, tierra, astros del cielo) a fin de dejar en claro que ninguna de éstas eran dioses, sino simples criaturas, todas subordinadas al servicio del hombre (v. 17-18).

Contra la idea de un dios bueno y otro malo en el cosmos, los sacerdotes repiten constantemente, de un modo casi obsesivo a medida que va apareciendo cada obra creada: "y vio Dios que era bueno", o sea, no existe ningún dios malo creador en el universo. Y cuando crea al ser humano dice que era "muy bueno" (v. 3 l), para no dejar así ningún espacio dentro del hombre que fuera jurisdicción de una divinidad del mal. Finalmente, el Dios que trabaja seis días y descansa el séptimo sólo quería ser ejemplo para volver a proponer a los hebreos la observancia del sábado.

De esta manera la nueva descripción de la creación por parte de los sacerdotes era un renovado acto de fe en Yahvé, el Dios de Israel. Por eso la necesidad de mostrarlo solemne y trascendente, tan distante de las criaturas, a las que no necesitaba ya moldear de barro pues le bastaba su palabra omnipotente para crearlas a la distancia.

Cien años más tarde, alrededor del 400 a.C., un último redactor decidió componer en un libro toda la historia de Israel desde el principio, recopilando viejas tradiciones. Y se encontró con los dos relatos de la creación. Resolvió entonces conservarlos a los dos. Pero mostró su preferencia por Gn 1, el de los sacerdotes, más despojado de antropomorfismos, más respetuoso, y lo puso como pórtico de toda la Biblia. Pero no quiso suprimir el antiguo relato del yahvista, y lo colocó a continuación, no obstante las aparentes incoherencias, manifestando así que para él, Gn 1 y Gn 2 relataban en forma distinta la misma verdad revelada, tan rica, que no bastaba un relato para expresarla.

Dos son poco

En una reciente encuesta en los Estados Unidos, se constató que el 44 % de los habitantes sigue creyendo que la creación del mundo ocurrió tal cual como lo dice la Biblia. Y muchos, ateniéndose a los detalles de estas narraciones, se escandalizan ante las nuevas teorías sobre el origen del universo, la aparición del hombre y la evolución.

Pero el redactor final del Génesis enseña algo importante. Reuniendo en un solo relato ambos textos, aun conociendo su carácter antagónico, mostró que para él este aspecto "científico" no era más que un accesorio, una forma de expresarse.

El redactor bíblico ¿se turbaría si viese que hoy sustituimos esos esquemas por el modelo mucho más probable del Big Bang y el de la formación evolutiva del hombre? Por supuesto que no. Una cosa debe quedar en claro en cualquier hipótesis de trabajo, a saber, que Dios es el origen de todo lo creado, y que el alma humana, hecha "a su imagen y semejanza", es creación directa de Dios y no un producto del proceso evolutivo natural. 

La misma Biblia, por esta yuxtaposición pacífica de diferentes modelos cosmogónicos, ha señalado su relatividad. Los detalles "científicos" no pertenecen al mensaje bíblico. No son más que un medio sin el cual ese mensaje no podría anunciarse.

El mundo no fue creado dos veces. Sólo una. Pero aun cuando lo relatáramos en cien capítulos distintos no terminaríamos de arrancar el misterio entrañable de esta obra amorosa de Dios.


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